NOTAS PARA ENTENDER LA BARBARIE
Hay un paradigma sobre el que se sustenta nuestro sistema
socio-económico que me resulta especialmente abominable. Es el siguiente: “Si
para que yo adquiera más poder o riqueza tú tienes que morir, eso me resulta
indiferente”.
A lo largo de la historia de la humanidad ha habido tres
elementos emocionales que han estado muy presentes y que han condicionado
nuestras relaciones con nosotros mismos, con los otros y con nuestro entorno.
Estos tres elementos son la codicia, el miedo y la intolerancia.
La codicia genera
el deseo de conquista y dominación, de querer apropiarse por la fuerza o el
engaño de aquello que no tengo y el otro tiene y yo lo considero valioso. Da igual
lo que sea: territorios, personas, objetos, bienes diversos. Si siento deseo de
poseerlos y para ello es menester que tu
mueras favoreceré o ejecutare directamente tu muerte.
De esta forma comienzan las guerras, el colonialismo, el
imperialismo, la subyugación de otros pueblos y culturas. Hasta hace apenas un
par de siglos el modus operandi era directamente el uso de la fuerza y el
sometimiento de los vencidos a los que o
bien se esclavizaba o bien se eliminaba o se recluía en reservas o se les “culturizaba
“o convertía por medios mas o menos cruentos despojándoles de sus historia, su
cultura, su vida. Y esto no era fruto de acciones aisladas de personajes
desalmados que actuaban al margen de la ley. No, eran acciones consensuadas,
facilitadas, financiadas y decididas por las capas dominantes y privilegiadas
de la sociedad que guiados por el afán desmedido de riqueza y poder ponían en
marcha la maquinaria necesaria para conseguir dichos objetivos. En la mayoría
de los casos justificadas por razones religiosas, o de progreso, con el fin de
“salvar” a aquellos salvajes descarriados que curiosamente solían estar
asentados en territorios de valor estratégico o ricos en cualquier mineral
codiciado. En tiempos mas modernos la forma de actuar puede ser perfectamente
la misma, aunque en la mayoría de los casos se ha sofisticado incorporando
elementos manipulativos a través de los grandes grupos de comunicación para
hacer creer a la población que la invasión, la guerra o la intervención no es
en realidad para apoderarse y esquilmar las riquezas naturales necesarias para
satisfacer los caprichos y necesidades de una sociedad consumista y alienada,
si no que es inevitable para mantener los valores irrefutables de la sociedad
occidental tales como Democracia, Libertad, Orden todos ellos dichos
evidentemente con mayúsculas. Y aquí es donde comienza a operar el segundo
elemento emocional: El miedo.
El miedo es una
emoción muy poderosa y bloqueante que en sus rasgos mas primitivos nos ha
ayudado a sobrevivir como especie y como individuos pero que cuando permanece
anclada en nuestro inconsciente individual y colectivo nos conduce a observar
el futuro como una amenaza peligrosa y aunque por su propia definición el
futuro siempre resulta difícil de predecir, la presencia del miedo hace que ese
futuro amenazante tome cuerpo y se eleve a la categoría de real. Esa creencia
que se instala en nuestro pensamiento nos lleva a la acción para defendernos
del “peligro”. Es esa creencia construida desde los miedos heredados y creados la
que nos condiciona y determina y hace que podamos percibir al diferente, al
extraño, al otro que no es como yo, ni piensa ni actúa como yo como alguien
peligroso que puede quitarme lo que poseo y valoro y por tanto he de defenderme
de esa posibilidad, y de la misma forma que nosotros heredamos esos miedos
también los transmitimos a los que nos rodean y trascienden y así construimos
muros, fuertes, empalizadas y bunkers que nos protejan y separen de los
enemigos, reales o no, que han ido alimentando nuestro miedo.
El miedo ha sido siempre un justificante extraordinario de
la violencia y utilizado de manera artera por los que han gobernado y gobiernan
ha sido una aliado muy útil para hacer ver y sentir a sus súbditos, con
demasiada frecuencia poco formados para cuestionar los mandatos y argumentos de
los poderosos, la imperiosa necesidad de defenderse y dado que no hay mejor
defensa que un buen ataque desarrollar estrategias defensivas que curiosamente
han llevado históricamente a masacrar a los terribles enemigos en sus propias
casas no vaya a ser que puedan venir a masacrarnos a las nuestras y así vamos
construyendo una espiral en la que casi siempre suelen salir beneficiados los
fabricantes de armas y los vendedores de sueños atados a fanatismos religiosos
o ideológicos, y perdedores las personas anónimas con nombres y apellidos que
seguramente trataban de vivir o sobrevivir sin sobresaltos, intentando crecer y
querer con sus hijos o sus padres, con la gente cercana a la que se sentían
unidos. Estos son siempre los perdedores a los que nadie pregunta si quieren
ser salvados, rescatados, convertidos y desde luego nadie osa preguntarles si
quieren ser asesinados porque quizás la respuesta “NO” no fuera la correcta y
sería una pérdida de tiempo.
Y estando donde estamos no cuesta demasiado incorporar el
tercer elemento emocional: La intolerancia como ingrediente básico para
entender el paradigma de la barbarie con el que comenzaba esta reflexión.
Tiendo a entender la
intolerancia muy unida a las religiones. Si entendemos el hecho religioso
desde la necesidad de transcendencia del ser humano, la religión como
estructura y continente de ese hecho religioso se convierte rápidamente en una
increíble herramienta de poder. “Los elegidos” se postulan como detentores de la pureza de la interpretación del
fenómeno de la fe, y utilizando la
manipulación o bien el miedo o ambos a la vez establecen las normas y las
pautas a seguir por todos aquellos que sienten la necesidad de pertenecer al
grupo, a través del cual van a conseguir el hecho irrenunciable de trascender,
de permanecer después de la muerte.
Esas normas y mandatos se van constituyendo en lo esencial
del fenómeno religioso y nuevamente los súbditos, los feligreses de a pie se
perciben obligados a cumplirlos y obedecerlos para seguir formando parte del
grupo que les llevará a la salvación. La maquinaria es perfecta. Si formas
parte del grupo, de la iglesia, conseguirás la vida eterna, pero para ello es
imprescindible que cumplas las normas y que además no las cuestiones. Cuando en
algún momento esas normas resultan extrañas de comprender y seguir y por tanto
de aceptar y se pueden poner en duda, se
apela a lo inescrutable de la fe y a la necesidad de aceptar o mejor resignarse
dado que Dios mismo a través de extraños vericuetos les ha hecho llegar a Ellos
la verdad desvelada, que jamás debes cuestionar so pena de expulsión y/o
terribles castigos por hereje y sacrílego, por pecador al que solo el arrepentimiento
podrá devolverte al rebaño en caso de ser absuelto de la culpa por alguno de
los Elegidos.
El grupo se constituye y fortalece en torno a la aceptación
de las normas y las creencias y también frente a otros grupos y/o personas que
manifiestan otras creencias y convicciones.
Esto es clave en el mantenimiento del grupo. Por un lado el
mantenimiento de la cohesión interna que lleva a la destrucción de aquellos que
osan cuestionarla o apartarse del grupo (todos tenemos en mente situaciones
vividas en organizaciones religiosas ultra-conservadoras o en grupos
terroristas), dado que se vive como peligroso y amenazante la duda y la crítica
vivenciadas como elementos desestabilizadores y por tanto no tolerables.
Y por otro lado la necesidad de cambiar y /o eliminar a
aquellos que muestran creencias diferentes a las nuestras, dando por hecho que
las nuestras son las verdaderas y que bien por las buenas o por las malas hay
que “convencer” al otro de lo equivocado que esta y de lo importante que es que
abandone sus creencias y abrace las nuestras.
Lo significativo y realmente preocupante es que estos
elementos emocionales forman parte de nuestra vida cotidiana y se han ido
instalando en muchos de los modos de relacionarnos con los demás. En la
relación de pareja en la que las vivencias de maltrato físico y psicológico parecen
que forman parte de nuestro horizonte diario sin que haya muchas señales de
cambios profundos en ese comportamiento. En el abordaje del problema de la
inmigración en el que lo más original que hemos diseñado son unas vallas
enormes decoradas con cuchillas para evitar que a los que previamente hemos
saqueado vengan ahora a saciar el
hambre. En la concepción del otro que viste bufanda de otros colores deportivos
como alguien digno de los peores insultos y vejaciones y hasta de palizas que
pueden terminar en muerte. En la percepción de aquel que opina y piensa
diferente a mí en cuestiones políticas, sociales, económicas, culturales…. Como
un descerebrado ignorante merecedor de la burla y la humillación más absolutas.
En fin, que el otro ha dejado de ser cercano, próximo ,respetable,
miembro de mi misma especie para convertirse en alguien al que despojo,
esquilmo o utilizo para realizar mis deseos, o al que temo y del me que me
defiendo, o al que debo convertir y cambiar por estar profundamente equivocado.
Y lo malo es que nos parece normal.