EL ÉXITO. ¿ADICCIÓN PATOLÓGICA?
Norberto
llego a mi consulta con la espada de Damocles de salvar su matrimonio. Su mujer,
después de una fuerte discusión motivada por la “ausencia” de Norberto del
espacio familiar, le exigió la inmediata búsqueda de ayuda para abordar ese
comportamiento inaceptable que mostraba hacia la familia. La relación con ella,
como la que mantenía con sus hijos, era tan esporádica que muchas semanas no
había lugar ni para la discusión, pues Norberto no estaba presente. Pero la excusa
estaba socialmente aceptada e incluso bien vista. Norberto trabajaba alrededor
de 12 horas diarias, no porque fuera estrictamente necesario y se sintiera
obligado por su empresa a hacerlo, sino porque había entrado en una vorágine en
la que la necesidad de sentirse productivo y exitoso había aparcado cualquier otra prioridad
Y el problema era que Norberto no veía ningún problema. Que sus
hijos de 8 y 6 años fueran unos perfectos desconocidos no era un problema, que
la relación con su mujer fuera a base de buenas noches y buenos días y algún
que otro wasap a lo largo del día tampoco constituía un problema. Norberto se
sentía amparado porque su ausencia la motivaba la cantidad de trabajo que tenía.
Norberto era un adicto al trabajo.
Norberto es
un alto ejecutivo de una multinacional del sector banca/seguros. Con 40 años
desempeña un cargo de relevancia y goza del reconocimiento y la valoración de
sus jefes y compañeros. Ese reconocimiento y el sentirse valorado es el
alimento que nutre el ego desarrollado de Norberto. Y además, ha asociado que
el reconocimiento y el éxito se consiguen gracias al esfuerzo y la dedicación
que ofrece en su desempeño. El problema es que no sabe dónde está el límite. Es
decir hasta dónde ha de esforzarse para ser reconocido. Nadie se lo ha dicho
porque nadie lo sabe. Se sabe que Norberto trabaja mucho y es un excelente
profesional capaz de dedicar el tiempo que haga falta a su empresa. Eso ya está
admitido, por lo que cualquier cambio hacia actitudes mas “relajadas” se puede
observar como un desfallecimiento y un abandono de posiciones establecidas que
él, desde luego, considera imprescindibles para seguir sintiéndose reconocido y
valioso. Pero nadie le ha hablado del límite, de ese punto que una vez
alcanzado significa haber logrado el objetivo y por tanto permitirse un
descanso, un reposo. No, en el mejor de los casos se plantea en términos de
edad.
-
- - Bueno,
cuando llegue a los 50 o 55 quizás sea el momento en el que pueda aflojar.
Pero no hay
normas estipuladas sobre eso. ¿Y por qué no a los 60? Es decir, no hay un límite
claro. Porque el límite está en uno mismo, en la asunción de valores y de
creencias que una vez elevadas a la categoría de intocables actúan como
elementos motivadores para atender los deseos de sentirse reconocido y exitoso,
con la comentada trampa de que nunca tenemos claro dónde está el límite de ese
deseo.
Siempre
podemos ser más exitosos. Porque el éxito no es una categoría definida que
sirva para todos. ¿Qué es el éxito para Norberto? ¿Vivir en un chalet en una
determinada zona asociada al lujo? ¿Tener un vehículo de determinadas características
que solo muy pocos pueden adquirir? ¿Disfrutar de unas vacaciones en lugares
supuestamente paradisíacos, adornados de muchas estrellas muy alejados de
nuestra ciudad?
¿La
posibilidad de poseer todas estas cosas y algunas otras permitiría que Norberto
sintiera ya que había conseguido lo que deseaba? Lamentablemente, No. Siempre
puede aparecer un objeto, una posesión de mayor valor y la necesidad de
conseguirla para no sentirse fracasado, porque seguro que hay alguien de su
entorno que lo ha conseguido y es difícil sustraerse a no competir. ¿“Si él lo
tiene por qué no puedo tenerlo yo”?
Es sutilmente
perverso este modo de sentirse realizado, de imaginarse feliz. Se consigue
durante breves instantes, la sensación no es duradera, porque ahí fuera siempre
puede surgir algo asociado al éxito que yo no poseo, y mi idea de la felicidad
es conseguirlo.
Pero lo
podré conseguir o no. No siempre depende de mí. Yo no tengo las riendas. Por lo
que la posibilidad de frustrarme y sentirme desdichado es notable. No siempre
con el esfuerzo se consigue el resultado deseado, porque no siempre el esfuerzo
es la única variable que entra en juego para alcanzar el objetivo, sobre todo
cuando el objetivo no está conectado con mis necesidades reales sino con deseos
sociales, fijados por modas y tendencias de las que seguramente formo parte
pero que yo no decido. Y para obtener esa sensación, aunque temporal y esquiva,
necesito volcar toda mi energía y esfuerzo, renunciando o aparcando otras
necesidades cada vez más alejadas y desconocidas. Entramos en la adicción
Y como
cualquier adicción, a medida que el organismo se adapta a la cantidad de
ingesta, necesita mayores dosis para tener la misma sensación.
Norberto
comenzó trabajando de forma responsable y entregada, asoció que esa entrega le
reportaba consideración, reconocimiento y sensación de validez así como recursos
económicos que le permitían acceder a posesiones y objetos deseados no
solamente por él, sino también y fundamentalmente por sus iguales, compañeros,
vecinos, amigos, familiares…..
Esto actuó
de motivación durante tiempo, pero ya no era suficiente el tiempo dedicado en
un principio, cada vez se (le) exigía más, sus responsabilidades aumentaron y
ya no sólo supo ni quiso poner límites, sino que él alimentaba esa vorágine
para seguir obteniendo el mismo reconocimiento.
Contrariamente
a determinadas sustancias, consideradas tóxicas, que no tienen el “respaldo”
social, por lo que su consumo no está bien visto, el trabajo es algo que cuenta
con todos los parabienes y felicitaciones. Nos han educado para el trabajo
duro, para no desfallecer, para que nadie pueda decir de nosotros que somos
flojos, por lo que también estamos respondiendo a las expectativas que nuestros
mayores depositaron en nosotros. Esto suele tener una fuerza portentosa. Por
ello la línea que separa la responsabilidad del comportamiento adictivo es muy
tenue y traspasarla es un ejercicio común del que pocas veces se es consciente
Norberto
comenzó a ser consciente de ello cuando su mujer le puso delante un espejo en
el que le mostró una persona alejada de sus hijos, de su mujer, de sus amigos,
de su capacidad para desarrollar otros talentos, de su olvido de la ternura y
de la posibilidad de disfrutar de múltiples experiencias vitales. De esa forma
comenzó a buscar momentos “exitosos” en espacios más cercanos a él mismo, a una
esencia más reconocible y gratificante.
Norberto
sigue siendo un profesional valorado pero ya no vive para ser un profesional
valorado.