martes, 20 de octubre de 2015



EL ÉXITO. ¿ADICCIÓN PATOLÓGICA?

     
       Norberto llego a mi consulta con la espada de Damocles de salvar su matrimonio. Su mujer, después de una fuerte discusión motivada por la “ausencia” de Norberto del espacio familiar, le exigió la inmediata búsqueda de ayuda para abordar ese comportamiento inaceptable que mostraba hacia la familia. La relación con ella, como la que mantenía con sus hijos, era tan esporádica que muchas semanas no había lugar ni para la discusión, pues Norberto no estaba presente. Pero la excusa estaba socialmente aceptada e incluso bien vista. Norberto trabajaba alrededor de 12 horas diarias, no porque fuera estrictamente necesario y se sintiera obligado por su empresa a hacerlo, sino porque había entrado en una vorágine en la que la necesidad de sentirse productivo y exitoso había aparcado cualquier otra prioridad

 Y el problema era que Norberto no veía ningún problema. Que sus hijos de 8 y 6 años fueran unos perfectos desconocidos no era un problema, que la relación con su mujer fuera a base de buenas noches y buenos días y algún que otro wasap a lo largo del día tampoco constituía un problema. Norberto se sentía amparado porque su ausencia la motivaba la cantidad de trabajo que tenía. Norberto era un adicto al trabajo.

Norberto es un alto ejecutivo de una multinacional del sector banca/seguros. Con 40 años desempeña un cargo de relevancia y goza del reconocimiento y la valoración de sus jefes y compañeros. Ese reconocimiento y el sentirse valorado es el alimento que nutre el ego desarrollado de Norberto. Y además, ha asociado que el reconocimiento y el éxito se consiguen gracias al esfuerzo y la dedicación que ofrece en su desempeño. El problema es que no sabe dónde está el límite. Es decir hasta dónde ha de esforzarse para ser reconocido. Nadie se lo ha dicho porque nadie lo sabe. Se sabe que Norberto trabaja mucho y es un excelente profesional capaz de dedicar el tiempo que haga falta a su empresa. Eso ya está admitido, por lo que cualquier cambio hacia actitudes mas “relajadas” se puede observar como un desfallecimiento y un abandono de posiciones establecidas que él, desde luego, considera imprescindibles para seguir sintiéndose reconocido y valioso. Pero nadie le ha hablado del límite, de ese punto que una vez alcanzado significa haber logrado el objetivo y por tanto permitirse un descanso, un reposo. No, en el mejor de los casos se plantea en términos de edad.
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 -                        - Bueno, cuando llegue a los 50 o 55 quizás sea el momento en el que pueda aflojar.

Pero no hay normas estipuladas sobre eso. ¿Y por qué no a los 60? Es decir, no hay un límite claro. Porque el límite está en uno mismo, en la asunción de valores y de creencias que una vez elevadas a la categoría de intocables actúan como elementos motivadores para atender los deseos de sentirse reconocido y exitoso, con la comentada trampa de que nunca tenemos claro dónde está el límite de ese deseo.

Siempre podemos ser más exitosos. Porque el éxito no es una categoría definida que sirva para todos. ¿Qué es el éxito para Norberto? ¿Vivir en un chalet en una determinada zona asociada al lujo? ¿Tener un vehículo de determinadas características que solo muy pocos pueden adquirir? ¿Disfrutar de unas vacaciones en lugares supuestamente paradisíacos, adornados de muchas estrellas muy alejados de nuestra ciudad?
¿La posibilidad de poseer todas estas cosas y algunas otras permitiría que Norberto sintiera ya que había conseguido lo que deseaba? Lamentablemente, No. Siempre puede aparecer un objeto, una posesión de mayor valor y la necesidad de conseguirla para no sentirse fracasado, porque seguro que hay alguien de su entorno que lo ha conseguido y es difícil sustraerse a no competir. ¿“Si él lo tiene por qué no puedo tenerlo yo”?

Es sutilmente perverso este modo de sentirse realizado, de imaginarse feliz. Se consigue durante breves instantes, la sensación no es duradera, porque ahí fuera siempre puede surgir algo asociado al éxito que yo no poseo, y mi idea de la felicidad es conseguirlo.

Pero lo podré conseguir o no. No siempre depende de mí. Yo no tengo las riendas. Por lo que la posibilidad de frustrarme y sentirme desdichado es notable. No siempre con el esfuerzo se consigue el resultado deseado, porque no siempre el esfuerzo es la única variable que entra en juego para alcanzar el objetivo, sobre todo cuando el objetivo no está conectado con mis necesidades reales sino con deseos sociales, fijados por modas y tendencias de las que seguramente formo parte pero que yo no decido. Y para obtener esa sensación, aunque temporal y esquiva, necesito volcar toda mi energía y esfuerzo, renunciando o aparcando otras necesidades cada vez más alejadas y desconocidas. Entramos en la adicción



 

Y como cualquier adicción, a medida que el organismo se adapta a la cantidad de ingesta, necesita mayores dosis para tener la misma sensación.

Norberto comenzó trabajando de forma responsable y entregada, asoció que esa entrega le reportaba consideración, reconocimiento y sensación de validez así como recursos económicos que le permitían acceder a posesiones y objetos deseados no solamente por él, sino también y fundamentalmente por sus iguales, compañeros, vecinos, amigos, familiares…..

Esto actuó de motivación durante tiempo, pero ya no era suficiente el tiempo dedicado en un principio, cada vez se (le) exigía más, sus responsabilidades aumentaron y ya no sólo supo ni quiso poner límites, sino que él alimentaba esa vorágine para seguir obteniendo el mismo reconocimiento.

Contrariamente a determinadas sustancias, consideradas tóxicas, que no tienen el “respaldo” social, por lo que su consumo no está bien visto, el trabajo es algo que cuenta con todos los parabienes y felicitaciones. Nos han educado para el trabajo duro, para no desfallecer, para que nadie pueda decir de nosotros que somos flojos, por lo que también estamos respondiendo a las expectativas que nuestros mayores depositaron en nosotros. Esto suele tener una fuerza portentosa. Por ello la línea que separa la responsabilidad del comportamiento adictivo es muy tenue y traspasarla es un ejercicio común del que pocas veces se es consciente

Norberto comenzó a ser consciente de ello cuando su mujer le puso delante un espejo en el que le mostró una persona alejada de sus hijos, de su mujer, de sus amigos, de su capacidad para desarrollar otros talentos, de su olvido de la ternura y de la posibilidad de disfrutar de múltiples experiencias vitales. De esa forma comenzó a buscar momentos “exitosos” en espacios más cercanos a él mismo, a una esencia más reconocible y gratificante.


Norberto sigue siendo un profesional valorado pero ya no vive para ser un profesional valorado.

lunes, 4 de mayo de 2015

ESPAÑA, UN PAIS CON LA AUTOESTIMA DAÑADA

Hace unos días leía en el diario El Pais la publicación de una encuesta realizada por el Observatorio Científico entre cuyos resultados se destacaba que un 25% de los encuestados creía que el sol giraba alrededor de la tierra y un 40% que la especie humana había compartido época con los dinosaurios. Una vez superada la sorpresa, esos datos me ayudaron a entender algunas de las cosas que ocurren en nuestro país. Entre otras que nos gobiernen quienes nos gobiernan y que después de haber utilizado el poder para enriquecerse personalmente y enriquecer a sus amigos utilizando el erario público, aun sigan al frente en la decisión de voto de las numerosas encuestas que nos invaden últimamente. También para dejar de sorprenderme al observar que los programas más vistos en  TV son Gran Hermano, Sálvame o algún otro de similar formato del que no recuerdo el nombre.

Y en ese afán de tratar de averiguar por qué ocurren las cosas y de entender los motivos que nos llevan a las personas a hacer lo que hacemos, me encontré reflexionando sobre algún caso de jóvenes y/o adolescentes que acuden a mi consulta por problemas conductuales o de relación o incluso de pérdida del sentido vital y cómo algunos de ellos muestran determinados cambios en su comportamiento que nos permiten detectar que su autoestima puede estar dañada. En ciertos casos o bien ellos  o bien sus padres me comentan que desde hace algún tiempo han cambiado de grupo de amigos y han dejado aquellos con los que habían compartido tiempo, experiencias y afectos desde la infancia, más ligados a grupos del colegio o de equipos deportivos o de asociaciones para vincularse a otros, en principio más ajenos a ellos en cuanto a formación, intereses, responsabilidades…. Normalmente esto a los padres les suele resultar sorprendente y preocupante y  no solo por el hecho de observar conductas y actitudes diferentes que juzgan como no deseables sino también porque hay una sensación de pérdida de control respecto al nuevo grupo de pares a los que no conocen y sobre los que muestran una opinión poco favorable.


En el ejercicio de mi profesión he aprendido que hay pocas cosas casuales y que cuando utilizamos este concepto para expresar algo que  ocurre, se debe más bien a que desconocemos los motivos por lo que ocurre y no a la ausencia de motivos. Así que cuando estos adolescentes deciden, en muchas ocasiones de forma inconsciente, cambiar de grupo de amigos e ir al encuentro de otros colegas es por causas definidas. Evidentemente no son siempre las mismas causas para todas las personas pero sí nos hemos encontrado con un número no despreciable de situaciones en las que esos cambios son debidos a mecanismos de adaptación a situaciones que consideran más asumibles y con menos riesgos para la imagen del Yo. Algunos de los  rasgos que caracterizan esos nuevos grupos  son la ausencia de retos, de compromisos, de afán de mejora, de modelos reconocibles por sus valores y su esfuerzo…  están más instalados en el principio de placer: “hago aquello que me satisface aquí y ahora, pero tengo dificultades para detectar cualquier consecuencia de mis actos”. En estos grupos el adolescente no se siente exigido, no tiene que hacer ningún esfuerzo, ni poner a prueba sus capacidades o talentos. Es decir se acomodan en una actitud plana, en una zona de confort manejable en la que pocas cosas se cuestionan y en la que desde luego no ha lugar alguno para el pensamiento crítico. Cuando uno tiene la autoestima baja, es decir cuando considera, y no necesariamente de forma consciente, que no es suficientemente bueno, que se siente incapaz de realizar cosas tan bien al menos como sus iguales, que no encuentra en si mismo elementos por los que ser valorado, querido o incluido, que no hay motivo para celebrar los logros porque estos se deben a la fortuna, cuando hay  pocas cosas suyas de las que se puede sentir orgulloso, cuando piensa que casi todos los que le rodean son mejores que él, más listos, más atractivos, mas…... Es decir cuando considera que no hay motivos suficientes para aceptarse y quererse a sí mismo tal como es, entonces busca espacios en los que esta percepción del self no le resulte tan insoportable, espacios en los que el reflejo que le devuelve el espejo sea asumible porque es igual de feo y pequeñito que su propia percepción.


Pues bien, volviendo al título de esta reflexión,  encuentro paralelismos significativos a la hora de explicar algunas de las “conductas” de nuestro país y que surgen a raíz de la lectura de los datos de la encuesta del Observatorio Científico.

¿Cómo es posible que los programas más vistos de TV sean los mencionados anteriormente?

En dichos programas se muestran de forma zafia algunos de los rasgos más mediocres y repulsivos del comportamiento humano: la intolerancia, la falta de respeto, la difamación, la mentira, la grosería…. Y los muestran personajes vulgares e irrelevantes en cualquiera de los aspectos con los que se valora la evolución del ser humano: Arte, cultura, ciencia, deporte, solidaridad…. Personajes anodinos que se prestan a mostrar los aspectos más ruines y degradantes de su personalidad entre insultos y voceríos.

Pues parece que esto es lo que más gusta a una parte importante de nuestros compatriotas. Y siguiendo el argumentario de la autoestima dañada me permite inferir que puede ser debido a que estos programas les permiten observar a través de la diosa TV que marca tendencias y pensamientos, esos aspectos de su propia personalidad de los que no se sienten precisamente satisfechos elevados a la categoría de espectáculo, permitiéndoles pensar algo así como:
-“Si esto, que forma parte de mí aunque no me sienta orgulloso de ello, lo muestran también estos tipos que salen en TV, entonces no debe ser tan vergonzoso y además no tengo que hacer esfuerzo alguno para comprenderlo, me puedo identificar fácilmente con lo que veo allí sin tener que utilizar aquello que me distingue como ser humano evolucionado: el pensamiento crítico y el raciocinio”
Es decir se pueden situar en esa parte de su zona de confort que conocen y les resulta próxima, aunque no sea necesariamente confortable pero que no requiere de ningún esfuerzo para cambiar, para descubrir territorios más plenos, más gratificantes que conecten con esa parte de si más evolucionada y dichosa, pero que implica un ejercicio de cambio, de aventura, de búsqueda que no suele aparecer cuando la autoestima está dañada.

Desde esta misma lógica argumental no resulta extraño que esa misma ciudadanía otorgue, elección tras elección, el poder de decidir sobre sus vidas a personas y partidos cuya misión básica consiste en perpetuarse en el poder a costa de lo que sea, para satisfacer sus propios intereses y favorecer los de aquellos que les son afines, esquilmando para ello, sin el menor pudor, los recursos públicos que supuestamente deberían administrar para atender las necesidades de todos los ciudadanos.  Lo importante para estos personajes es  ocupar por tiempo indefinido ese cargo público del que se sirven para enriquecerse y ejercer un poder sobre el que les gustaría no tener que responder ante nadie.
La mayoría de las veces los únicos méritos que ostentan estos elementos para desempeñar dichos cargos es haber sido elegidos por los “mandamases” del partido que evidentemente no valoran sus conocimientos, sus habilidades para gobernar, sus capacidades o sus virtudes, sino la lealtad a quien les nombra, su falta de espíritu crítico y su absoluta obediencia a la hora de cumplir las órdenes y normas emanadas de las altas esferas del partido.

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Así pues a estos personajes se les otorga la responsabilidad de gobernar. ¿Cómo es posible?
Gerd Gigerenzer, director del Instituto Max Plank de Berlín, uno de los mayores expertos en el estudio del comportamiento humano, en su libro “Decisiones Instintivas”, nos ayuda a entender estas conductas sorprendentemente absurdas.

Durante años se dedicó a estudiar los motivos de algunas decisiones humanas, y a observar cómo la TV ejercía un importante poder sobre la capacidad de decidir de las personas no solo a la hora de elegir determinados productos sino también en el momento de elegir a los candidatos políticos. Sobre este trabajo elaboró una teoría que llamó “Reconocimiento y Evaluación” y  viene a decir que la persona vota o compra aquello que reconoce, entendiendo por reconocer lo que se es capaz de identificar después de haberlo visto.

     En las elecciones a la presidencia de EEUU del año 92 más del 50% de los americanos sabía que G. Busch, candidato republicano a la presidencia, tenía un perrito que se llamaba Millie, porque había aparecido en TV acompañando a toda la familia Busch y este se encargó de presentarlo a los telespectadores; pero solo un 15% conocía la posición de Busch sobre la pena de muerte y sus propuestas sociales y económicas. Es decir sobre estos aspectos “irrelevantes” que no se pueden reconocer si no evaluar después de haberlas leído y valorado.

     No creo que resulte arriesgado extrapolar esa tendencia a nuestro país y pensar por tanto, que una parte importante de la población decide y elige en base a lo que reconoce y se reconoce lo que se ha visto y sobre manera lo que se ve en TV  a la que se le concede el privilegio de la Deidad. Lo que aparece y se  dice a través de ese artilugio no se cuestiona, es creíble. Eso significa que no es necesario hacer el esfuerzo de conocer, evaluar, cuestionar, criticar en base a lo que pienso, siento y quiero. Es más cómodo dejarse llevar por lo fácil, por lo que viene enlatado, por lo que dicen esos señores que salen en la pantalla y que aunque no entienda muy bien lo que dicen  resulta más fácil asumirlo como bueno.

     Al igual que el adolescente con autoestima baja estas personas se refugian en situaciones que no  generen ningún esfuerzo, ningún reto, ninguna exigencia, solo apretar el mando y asentir.


En esas estamos.