jueves, 5 de octubre de 2017

Reflexiones al hilo del conflicto catalan

REFLEXIONES AL HILO DEL CONFLICTO CATALÁN

Durante algún tiempo he querido y podido mantenerme suficientemente al margen de este conflicto pues no revestía demasiado interés para mí y estaba convencido (en parte aún lo sigo estando) de que es una preocupación creada y diseñada por los que manejan los hilos del poder para embarcarnos en confrontaciones sin sentido pero con gran carga emocional. 
Evidentemente lo han conseguido y aquí me veo tratando de expresar mis sensaciones y reflexiones al respecto. Debo decir antes de explayarme que soy alguien que carece del más mínimo sentimiento patriota; no me emocionan los himnos, ni las banderas, ni mucho menos los desfiles o paradas militares o cualquier otra acción encaminada a ensalzar los símbolos y valores patrios. Entiendo que esta declaración generará ya sentimientos de repulsa sobre todo en aquellos que sí se sienten patriotas. ¡Qué se le va hacer! Supongo que al igual que la fe y otros sentimientos afines, el sentimiento patriota se tiene o no se tiene y por mucho esfuerzo que uno haga o por más que otros pretendan convencerte de lo importante de tenerlo, no va a aparecer como por encanto. Esto no me lleva en absoluto a descalificar a los que lo tienen, confío en que ellos tampoco lo hagan con los que no lo tenemos. En mis años adolescentes cuando estudiaba bachillerato tuve un profesor de religión, un cura sabio y bondadoso, que nos decía: “La fe es un don que dios da, pero no todo el mundo es depositario de ese don”. Parece ser que en el reparto del don de patriotismo a mí no me tocó.
Por el contrario, sí soy capaz de identificarme con lo provinciano, incluso más con lo local, con lo aldeano. Decía Rilke que la patria del hombre es su infancia y muy posiblemente esa experiencia infantil en la que uno va descubriendo los afectos, la amistad, los valores, algunas creencias, también los temores y la frustración… todo ello aderezado con olores, formas, colores, voces y sonidos de un determinado paisaje y paisanaje configuran un elemental sentimiento de pertenencia que en mi caso permanece a lo largo del tiempo. Yo nací y crecí en un pequeño pueblo del occidente asturiano, allí están mis raíces, de allí me siento, ese es mi lugar, al que vuelvo con la frecuencia posible para encontrar siempre esa indescriptible sensación de plenitud y paz. Pero esto no me impide ser consciente de la casualidad del encuentro entre esa tierra y yo. Y de que, de no ser por esa casualidad, que agradezco y valoro, podría haber nacido y crecido en cualquier otro lugar del mundo en el que puestos a escoger y visto lo visto, no me hubiera importado nada que hubiera sido en algún pequeño pueblo de las Landas francesas o en alguna ciudad manejable de Nueva Zelanda o Canadá, lugares todos ellos que parecen priorizar mejor a sus ciudadanos.
Así pues, no debe resultar extraño entender que mis preferencias se inclinen más hacia las personas, seres tangibles y concretos a los que puedo comprender y sentirme comprendido, que hacia las patrias o naciones, construcciones artificiales, cambiantes a lo largo de la historia y estructuradas en su mayoría usando la violencia (guerras, conquistas…) para responder a los intereses de los poderosos, a su codicia, a su soberbia y a su odio. El Doctor Samuel Johnson, eminente ensayista, literato y filósofo ingles de finales del XVIII decía que el patriotismo es el último refugio de los canallas, imagino que la percepción de la realidad de su época le llevó a tan curiosa conclusión. A mí me resulta más acertado considerar el patriotismo como uno de los refugios de los gregarios. De aquellos que sintiéndose cómodos en el modo de hacer, “pensar” y sentir del grupo al que pertenecen no desarrollan ningún espíritu crítico, construido desde la reflexión y la duda y basado en la formación y el conocimiento. Y no lo hacen porque no lo necesitan, ya hay otros que lo hacen por ellos, solo tienen que seguir las pautas y normas que les dictan. Es más fácil convencer a una colectividad que a un individuo. La colectividad es gregaria por definición, el individuo puede tener la osadía de pensar y dudar y eso siempre es peligroso para el poder, pero requiere un esfuerzo. Resulta más cómodo seguir las consignas de quienes detentan el poder y lanzan las soflamas que, a través de las tripas, enardecen los sentimientos de otros iguales a mí con los que comparto símbolos y creencias. En esto patria y religión tienen bastantes puntos en común.
Decía Baroja que “El carlismo -sinónimo de atavismo e ignorancia para D. Pio- se combate leyendo y el nacionalismo viajando”. Estoy bastante de acuerdo. Por eso, cuando desde visiones nacionalistas se pretenden construir nuevas patrias me produce bastante tristeza, en realidad a mí me gustaría suprimir las que hay y buscar fórmulas de convivencia y asociación más cercanas a las personas donde se pudiera decidir sobre los aspectos que atañen a su vida sin esperar al paripé democrático del voto cada 4 años. Me temo que esto no lo voy a ver.
Aun así, puedo entender ese sentimiento nacionalista construido por un lado desde la creencia que la nueva patria va a satisfacer mucho mejor los anhelos que se tienen y que ahora son ninguneados y cercenados, pero también construido desde la percepción de sentirse diferente y la necesidad de ser reconocido como tal. Ese sentimiento conlleva casi siempre la exclusión. Sentirse diferente siempre es respecto a otro y si nos empeñamos en buscar las diferencias en lugar de las semejanzas las vamos a encontrar, solo es cuestión de insistir. Soy de los que creen que es más complicado acercarse al otro consciente de nuestras diferencias, pero con el ánimo de buscar nuestras semejanzas y construir desde ahí, que percibir las diferencias como amenazas y por tanto buscar la protección o el ataque. Los políticos son especialistas en transmitir estos miedos, les genera mucho rédito electoral.
Dicho esto, me parece una aberración y un sinsentido lo que está ocurriendo en Cataluña. Observo por un lado la actitud del gobierno central del Sr. Rajoy que desde hace ya años entendió que demonizar Cataluña y a los catalanes le iba a resultar muy rentable en términos de votos pescados en los caladeros de la España más visceral y carpetovetónica. Su veto al Estatut aprobado en referéndum por los catalanes y refrendado por las Cortes Españolas utilizando al TC poblado de jueces amigos para echarlo abajo muestra bastante bien el perfil y la catadura moral de este personaje y su nulo nivel de responsabilidad como dirigente político. Presidente sin escrúpulos del partido más corrupto de la reciente historia de Europa que en cualquier otro país con una mayor cultura democrática ya hubiera tenido que dimitir por ética y por vergüenza, valores de los que parece carecer. De otro lado los partidos independentistas que apelando también a las vísceras y menospreciando a una parte importante de la sociedad catalana a la que suelen ningunear e insultar por pensar diferente, se erigen en propulsores de un referéndum sesgado, poco objetivo y de escasa neutralidad con el fin de obtener la ansiada independencia generadora del maná más dulce aunque no sean capaces de explicar cómo va a llegar ese maná y quiénes lo van a repartir.
Cuando leo en las redes sociales las opiniones/consignas de los defensores de uno y otro lado en las que el insulto y la mas soez chabacanería suele ser el modo habitual de comunicarse siento una profunda vergüenza y la convicción de que esto tiene mal arreglo. El odio, emoción también dulce, está tan presente que seguramente costará años volver a restañar las heridas provocadas por él. Entre insulto y ladrido se pueden extraer algunas gotas de argumentario. Por un lado y como si de un mantra se tratara la alusión por parte de los “españolistas” a la ilegalidad del referéndum pues no lo contempla la constitución española y por tanto no es posible su realización sin antes ser aprobado por las cortes española que debería hacer una reforma de la constitución. Hasta ahí lo que dice la ley. Mi reflexión al respecto me lleva a pensar que según esta hipótesis probablemente la esclavitud aun estaría vigente, no habría sufragio universal, las mujeres seguirían sin poder votar, los niños trabajarían 10 horas diarias, la semana laboral de 40 horas seguiría siendo una utopía, La india seguiría formando parte del imperio británico y Mandela, hoy icono del buen liderazgo, posiblemente hubiera muerto en la prisión de Rode Island acusado de terrorista…… Ninguno de estos logros y otros cientos los estaríamos disfrutando ahora si las personas que lucharon para conseguirlos hubieran esperado a que los que habían confeccionado y redactado las normas  que permitían mantener todas aquellas situaciones, decidieran por inspiración divina o iluminación consciente  cambiarlas para dar alegre acogida a  dichas peticiones. Supongo que no se lo cree nadie. La constitución española va a cumplir 40 años, se redactó en un momento determinado de nuestra historia y trató de recoger y atender en sus artículos la situación de aquel momento. Pero los años han pasado y quiero creer que las circunstancias también y no ha habido el necesario “ejercicio” de adaptación a  nuevos tiempos y a nuevas situaciones, es la constitución europea que menos modificaciones ha tenido en estos 40 años,  concretamente dos : una en 1992 para adaptarse al tratado de Mastricht, exigida por la UE y aprobada por todos los grupos parlamentarios y otra en 2011 según las malas lenguas impuesta por la Sra. Merkel para modificar el artículo 135 y establecer “el equilibrio presupuestario” pues peligraba  el pago de la deuda a los bancos alemanes y franceses acreedores principales de nuestra deuda. Esa fue aprobada prácticamente sin debate parlamentario con los votos del PP, UPN y del PSOE salvo 3 diputados de este grupo que se salieron supongo que para evitar la vergüenza subsiguiente. El resto de grupos votó en contra. Parece ser por tanto que la constitución es modificable, solo falta voluntad política para hacerlo. Cuando una norma por sagrada que sea no recoge las inquietudes y necesidades de los ciudadanos, que van cambiando con el paso del tiempo, y se convierte en un corsé estrecho e incómodo parece que lo lógico es adaptar la norma a los cambios y no que los ciudadanos desistan de querer lo que quieren. Esto último se puede intentar por muchos medios, incluida la fuerza, pero va a volver a surgir y muy posiblemente con muchos más adeptos que antes. Y entiendo que ahí debe aparecer el arte de la política que no es otro que el dialogo, la negociación, la búsqueda de acuerdos…. pero parece que los elementos de este arte brillan por su ausencia en nuestra clase política donde la soberbia, la mentira, y la manipulación han tomado asiento desde hace bastantes años.
Los independistas suelen argumentar el sagrado derecho a decidir y efectivamente puede ser un derecho sagrado. Lo suscribo. Pero cuando para poder ejercitar ese derecho, desde el gobierno y las instituciones catalanas supuestamente garantes de la defensa de ése y demás derechos de TODA la ciudadanía catalana, se saltan a la torera las propias normas establecidas por ellos mismos y ningunean a la mitad de la sociedad catalana para atender exclusivamente sus propios intereses algo no va bien. Cuando se impide un debate parlamentario para debatir algo tan importante como la posible llamada a las urnas en las que se quiere que se decida el futuro de Cataluña, desde luego no parece lo más democrático. Cuando desde determinados grupos independentistas se insulta, se amenaza y se pretende humillar a otras personas por el mero hecho de expresar opiniones contrarias al pensamiento único como ha sido el caso de personajes públicos del mundo de la cultura como Serrat, Juan Marse, Isabel Coixet o Eduardo Mendoza, esto me genera un reconocible temor pues parece que la intolerancia no distingue colores ni ideologias y me retrotrae a otros tiempos no tan lejanos en los que en este país corrías serios riesgos por  expresar pensamientos diferentes a los que marcaba el régimen.


Estoy convencido de que existe una enorme dificultad en variar el rumbo que han adquirido los acontecimientos, que nos hemos metido en un tobogán alimentado por el odio y los miedos y que se necesitará coraje y decisión para buscar otras soluciones que no sean las acostumbradas, y que los que nos han llevado a esta situación por su incapacidad para el dialogo y la negociación deberían dejar paso a otros con mayores capacidades para hacerlo y sin el lastre de los intereses tan obvios que les mueven.
En el ejercicio de mi profesión me encuentro con alguna frecuencia con parejas que acuden a mi consulta a intentar resolver una situación que está dañando seriamente su convivencia. No siempre acuden los dos con el mismo objetivo, en ocasiones uno lo que pretende es que les ayude a separarse de forma civilizada y el otro que les ayude a reencontrarse. Es importante que ambos conozcan sus intenciones, aunque pueda ser doloroso, y a partir de ahí ayudarles a reconocer lo que les encuentra y separa, a conectar con sus sentimientos y emociones y si después de todo el proceso deciden darse otra oportunidad para seguir el camino juntos estupendo y sino es así y deciden, aunque solo sea uno el que lo desea, que no pueden seguir juntos, pues tendrán que aceptarlo y asumir las consecuencias. Desde luego a mí no se me ocurre decirles que dado que en su momento se habían comprometido a estar juntos para toda la vida según lo firmaron ante la Sta. Madre iglesia o cualquier otro testigo cualificado pues tienen que aguantarse.  No parece de recibo ¿verdad? También es cierto que cuando acuden son conscientes que existe un problema y que ellos solos no están en condiciones de afrontarlo y que casi nunca la responsabilidad de lo que ocurre la tiene en exclusiva uno de los dos sino que suele ser compartida. Evidentemente este ejemplo de la dificultad de convivencia en pareja no explica todo lo que está ocurriendo en el conflicto catalán, pero hay alguna similitud que al menos a mí me ayuda a entenderlo mejor. Si la clase política de este país no entiende que existe un problema y que es un problema grave y que los modos de afrontar ( o no afrontar) el problema no solo no lo han resuelto sino que lo están agravando, algo habrá que cambiar porque si no será imposible que podamos llegar a buen puerto.

“No podemos esperar que ocurran cambios si hacemos siempre lo mismo”. A. Einstein