REFLEXIONES AL HILO DEL CONFLICTO CATALÁN
Durante algún tiempo he querido y
podido mantenerme suficientemente al margen de este conflicto pues no revestía
demasiado interés para mí y estaba convencido (en parte aún lo sigo estando) de
que es una preocupación creada y diseñada por los que manejan los hilos del
poder para embarcarnos en confrontaciones sin sentido pero con gran carga
emocional.
Evidentemente lo han conseguido y aquí me veo tratando de expresar
mis sensaciones y reflexiones al respecto. Debo decir antes de explayarme que
soy alguien que carece del más mínimo sentimiento patriota; no me emocionan los
himnos, ni las banderas, ni mucho menos los desfiles o paradas militares o
cualquier otra acción encaminada a ensalzar los símbolos y valores patrios.
Entiendo que esta declaración generará ya sentimientos de repulsa sobre todo en
aquellos que sí se sienten patriotas. ¡Qué se le va hacer! Supongo que al igual
que la fe y otros sentimientos afines, el sentimiento patriota se tiene o no se
tiene y por mucho esfuerzo que uno haga o por más que otros pretendan
convencerte de lo importante de tenerlo, no va a aparecer como por encanto.
Esto no me lleva en absoluto a descalificar a los que lo tienen, confío en que
ellos tampoco lo hagan con los que no lo tenemos. En mis años adolescentes
cuando estudiaba bachillerato tuve un profesor de religión, un cura sabio y
bondadoso, que nos decía: “La fe es un don que dios da, pero no todo el mundo
es depositario de ese don”. Parece ser que en el reparto del don de patriotismo
a mí no me tocó.
Por el contrario, sí soy capaz de
identificarme con lo provinciano, incluso más con lo local, con lo aldeano. Decía
Rilke que la patria del hombre es su infancia y muy posiblemente esa
experiencia infantil en la que uno va descubriendo los afectos, la amistad, los
valores, algunas creencias, también los temores y la frustración… todo ello
aderezado con olores, formas, colores, voces y sonidos de un determinado
paisaje y paisanaje configuran un elemental sentimiento de pertenencia que en
mi caso permanece a lo largo del tiempo. Yo nací y crecí en un pequeño pueblo
del occidente asturiano, allí están mis raíces, de allí me siento, ese es mi
lugar, al que vuelvo con la frecuencia posible para encontrar siempre esa
indescriptible sensación de plenitud y paz. Pero esto no me impide ser
consciente de la casualidad del encuentro entre esa tierra y yo. Y de que, de
no ser por esa casualidad, que agradezco y valoro, podría haber nacido y
crecido en cualquier otro lugar del mundo en el que puestos a escoger y visto
lo visto, no me hubiera importado nada que hubiera sido en algún pequeño pueblo
de las Landas francesas o en alguna ciudad manejable de Nueva Zelanda o Canadá,
lugares todos ellos que parecen priorizar mejor a sus ciudadanos.
Así pues, no debe resultar
extraño entender que mis preferencias se inclinen más hacia las personas, seres
tangibles y concretos a los que puedo comprender y sentirme comprendido, que
hacia las patrias o naciones, construcciones artificiales, cambiantes a lo
largo de la historia y estructuradas en su mayoría usando la violencia
(guerras, conquistas…) para responder a los intereses de los poderosos, a su
codicia, a su soberbia y a su odio. El Doctor Samuel Johnson, eminente
ensayista, literato y filósofo ingles de finales del XVIII decía que el
patriotismo es el último refugio de los canallas, imagino que la percepción de
la realidad de su época le llevó a tan curiosa conclusión. A mí me resulta más
acertado considerar el patriotismo como uno de los refugios de los gregarios.
De aquellos que sintiéndose cómodos en el modo de hacer, “pensar” y sentir del
grupo al que pertenecen no desarrollan ningún espíritu crítico, construido
desde la reflexión y la duda y basado en la formación y el conocimiento. Y no
lo hacen porque no lo necesitan, ya hay otros que lo hacen por ellos, solo
tienen que seguir las pautas y normas que les dictan. Es más fácil convencer a
una colectividad que a un individuo. La colectividad es gregaria por
definición, el individuo puede tener la osadía de pensar y dudar y eso siempre
es peligroso para el poder, pero requiere un esfuerzo. Resulta más cómodo
seguir las consignas de quienes detentan el poder y lanzan las soflamas que, a
través de las tripas, enardecen los sentimientos de otros iguales a mí con los
que comparto símbolos y creencias. En esto patria y religión tienen bastantes
puntos en común.
Decía Baroja que “El carlismo
-sinónimo de atavismo e ignorancia para D. Pio- se combate leyendo y el
nacionalismo viajando”. Estoy bastante de acuerdo. Por eso, cuando desde
visiones nacionalistas se pretenden construir nuevas patrias me produce
bastante tristeza, en realidad a mí me gustaría suprimir las que hay y buscar fórmulas
de convivencia y asociación más cercanas a las personas donde se pudiera
decidir sobre los aspectos que atañen a su vida sin esperar al paripé
democrático del voto cada 4 años. Me temo que esto no lo voy a ver.
Aun así, puedo entender ese
sentimiento nacionalista construido por un lado desde la creencia que la nueva
patria va a satisfacer mucho mejor los anhelos que se tienen y que ahora son
ninguneados y cercenados, pero también construido desde la percepción de
sentirse diferente y la necesidad de ser reconocido como tal. Ese sentimiento
conlleva casi siempre la exclusión. Sentirse diferente siempre es respecto a
otro y si nos empeñamos en buscar las diferencias en lugar de las semejanzas
las vamos a encontrar, solo es cuestión de insistir. Soy de los que creen que
es más complicado acercarse al otro consciente de nuestras diferencias, pero
con el ánimo de buscar nuestras semejanzas y construir desde ahí, que percibir
las diferencias como amenazas y por tanto buscar la protección o el ataque. Los
políticos son especialistas en transmitir estos miedos, les genera mucho rédito
electoral.
Dicho esto, me parece una
aberración y un sinsentido lo que está ocurriendo en Cataluña. Observo por un
lado la actitud del gobierno central del Sr. Rajoy que desde hace ya años
entendió que demonizar Cataluña y a los catalanes le iba a resultar muy
rentable en términos de votos pescados en los caladeros de la España más visceral
y carpetovetónica. Su veto al Estatut aprobado en referéndum por los catalanes
y refrendado por las Cortes Españolas utilizando al TC poblado de jueces amigos
para echarlo abajo muestra bastante bien el perfil y la catadura moral de este
personaje y su nulo nivel de responsabilidad como dirigente político.
Presidente sin escrúpulos del partido más corrupto de la reciente historia de
Europa que en cualquier otro país con una mayor cultura democrática ya hubiera
tenido que dimitir por ética y por vergüenza, valores de los que parece
carecer. De otro lado los partidos independentistas que apelando también a las
vísceras y menospreciando a una parte importante de la sociedad catalana a la
que suelen ningunear e insultar por pensar diferente, se erigen en propulsores
de un referéndum sesgado, poco objetivo y de escasa neutralidad con el fin de obtener
la ansiada independencia generadora del maná más dulce aunque no sean capaces
de explicar cómo va a llegar ese maná y quiénes lo van a repartir.
Cuando leo en las redes sociales
las opiniones/consignas de los defensores de uno y otro lado en las que el
insulto y la mas soez chabacanería suele ser el modo habitual de comunicarse
siento una profunda vergüenza y la convicción de que esto tiene mal arreglo. El
odio, emoción también dulce, está tan presente que seguramente costará años
volver a restañar las heridas provocadas por él. Entre insulto y ladrido se
pueden extraer algunas gotas de argumentario. Por un lado y como si de un
mantra se tratara la alusión por parte de los “españolistas” a la ilegalidad
del referéndum pues no lo contempla la constitución española y por tanto no es
posible su realización sin antes ser aprobado por las cortes española que
debería hacer una reforma de la constitución. Hasta ahí lo que dice la ley. Mi
reflexión al respecto me lleva a pensar que según esta hipótesis probablemente
la esclavitud aun estaría vigente, no habría sufragio universal, las mujeres
seguirían sin poder votar, los niños trabajarían 10 horas diarias, la semana
laboral de 40 horas seguiría siendo una utopía, La india seguiría formando
parte del imperio británico y Mandela, hoy icono del buen liderazgo,
posiblemente hubiera muerto en la prisión de Rode Island acusado de terrorista……
Ninguno de estos logros y otros cientos los estaríamos disfrutando ahora si las
personas que lucharon para conseguirlos hubieran esperado a que los que habían
confeccionado y redactado las normas que
permitían mantener todas aquellas situaciones, decidieran por inspiración
divina o iluminación consciente cambiarlas para dar alegre acogida a dichas peticiones. Supongo que no se lo cree
nadie. La constitución española va a cumplir 40 años, se redactó en un momento
determinado de nuestra historia y trató de recoger y atender en sus artículos
la situación de aquel momento. Pero los años han pasado y quiero creer que las
circunstancias también y no ha habido el necesario “ejercicio” de adaptación
a nuevos tiempos y a nuevas situaciones,
es la constitución europea que menos modificaciones ha tenido en estos 40 años,
concretamente dos : una en 1992 para adaptarse
al tratado de Mastricht, exigida por la UE y aprobada por todos los grupos parlamentarios
y otra en 2011 según las malas lenguas impuesta por la Sra. Merkel para modificar
el artículo 135 y establecer “el equilibrio presupuestario” pues peligraba el pago de la deuda a los bancos alemanes y
franceses acreedores principales de nuestra deuda. Esa fue aprobada
prácticamente sin debate parlamentario con los votos del PP, UPN y del PSOE
salvo 3 diputados de este grupo que se salieron supongo que para evitar la vergüenza
subsiguiente. El resto de grupos votó en contra. Parece ser por tanto que la
constitución es modificable, solo falta voluntad política para hacerlo. Cuando
una norma por sagrada que sea no recoge las inquietudes y necesidades de los
ciudadanos, que van cambiando con el paso del tiempo, y se convierte en un
corsé estrecho e incómodo parece que lo lógico es adaptar la norma a los
cambios y no que los ciudadanos desistan de querer lo que quieren. Esto último
se puede intentar por muchos medios, incluida la fuerza, pero va a volver a
surgir y muy posiblemente con muchos más adeptos que antes. Y entiendo que ahí
debe aparecer el arte de la política que no es otro que el dialogo, la
negociación, la búsqueda de acuerdos…. pero parece que los elementos de este
arte brillan por su ausencia en nuestra clase política donde la soberbia, la
mentira, y la manipulación han tomado asiento desde hace bastantes años.
Los independistas suelen
argumentar el sagrado derecho a decidir y efectivamente puede ser un derecho
sagrado. Lo suscribo. Pero cuando para poder ejercitar ese derecho, desde el
gobierno y las instituciones catalanas supuestamente garantes de la defensa de
ése y demás derechos de TODA la ciudadanía catalana, se saltan a la torera las
propias normas establecidas por ellos mismos y ningunean a la mitad de la
sociedad catalana para atender exclusivamente sus propios intereses algo no va
bien. Cuando se impide un debate parlamentario para debatir algo tan importante
como la posible llamada a las urnas en las que se quiere que se decida el
futuro de Cataluña, desde luego no parece lo más democrático. Cuando desde
determinados grupos independentistas se insulta, se amenaza y se pretende
humillar a otras personas por el mero hecho de expresar opiniones contrarias al
pensamiento único como ha sido el caso de personajes públicos del mundo de la
cultura como Serrat, Juan Marse, Isabel Coixet o Eduardo Mendoza, esto me
genera un reconocible temor pues parece que la intolerancia no distingue
colores ni ideologias y me retrotrae a otros tiempos no tan lejanos en los que
en este país corrías serios riesgos por
expresar pensamientos diferentes a los que marcaba el régimen.
Estoy convencido de que existe
una enorme dificultad en variar el rumbo que han adquirido los acontecimientos,
que nos hemos metido en un tobogán alimentado por el odio y los miedos y que se
necesitará coraje y decisión para buscar otras soluciones que no sean las
acostumbradas, y que los que nos han llevado a esta situación por su
incapacidad para el dialogo y la negociación deberían dejar paso a otros con
mayores capacidades para hacerlo y sin el lastre de los intereses tan obvios
que les mueven.
En el ejercicio de mi profesión
me encuentro con alguna frecuencia con parejas que acuden a mi consulta a
intentar resolver una situación que está dañando seriamente su convivencia. No
siempre acuden los dos con el mismo objetivo, en ocasiones uno lo que pretende
es que les ayude a separarse de forma civilizada y el otro que les ayude a
reencontrarse. Es importante que ambos conozcan sus intenciones, aunque pueda
ser doloroso, y a partir de ahí ayudarles a reconocer lo que les encuentra y
separa, a conectar con sus sentimientos y emociones y si después de todo el
proceso deciden darse otra oportunidad para seguir el camino juntos estupendo y
sino es así y deciden, aunque solo sea uno el que lo desea, que no pueden
seguir juntos, pues tendrán que aceptarlo y asumir las consecuencias. Desde
luego a mí no se me ocurre decirles que dado que en su momento se habían
comprometido a estar juntos para toda la vida según lo firmaron ante la Sta.
Madre iglesia o cualquier otro testigo cualificado pues tienen que aguantarse. No parece de recibo ¿verdad? También es cierto
que cuando acuden son conscientes que existe un problema y que ellos solos no
están en condiciones de afrontarlo y que casi nunca la responsabilidad de lo
que ocurre la tiene en exclusiva uno de los dos sino que suele ser compartida.
Evidentemente este ejemplo de la dificultad de convivencia en pareja no explica
todo lo que está ocurriendo en el conflicto catalán, pero hay alguna similitud
que al menos a mí me ayuda a entenderlo mejor. Si la clase política de este
país no entiende que existe un problema y que es un problema grave y que los
modos de afrontar ( o no afrontar) el problema no solo no lo han resuelto sino
que lo están agravando, algo habrá que cambiar porque si no será imposible que
podamos llegar a buen puerto.
“No podemos esperar que ocurran cambios si hacemos siempre
lo mismo”. A. Einstein