LA RUPTURA, LA PERDIDA, EL DUELO.
Son tantos los motivos que llevan a la ruptura de una
relación como personas que la viven.
Cuando Tomas llego por primera vez a mi consulta presentaba
un aspecto poco saludable; ojeras profundas, sensación de cansancio largo,
torpe aliño indumentario, tono de voz bajo y monótono, y una tremenda tristeza
en la mirada.
Tomas tiene 48 años y después de 10 años de relación con Lucia
habían decidido dejarlo. Era la segunda relación larga que tenia Tomas y de
esta compartía con Lucia una hija de 7 años. Con su primera pareja había tenido
un hijo, ahora con 20 años.
Era principios de septiembre, Tomas llevaba dos largos meses
durmiendo mal y sin apenas apetito y presentaba una enorme dificultad para
concentrarse en su trabajo y en cualquier otra cosa que no fuera deambular
arriba y abajo por las causas de la ruptura, el resentimiento, la pena honda,
el odio, la soledad y el miedo.
Las conversaciones con sus amigos y allegados se habían
hecho monotemáticas, la ancha cama compartida un espacio inhóspito y vacio al
que no podía volver, cualquier rincón de la casa, del patio, del paisaje
adyacente a su casa un lazo con los tiempos cercanos y remotos repletos de la
presencia de Lucia. Sonidos, olores y sabores atizaban su memoria sin
consideración alguna en busca de la voz, del perfume o de los platos cocinados
por Lucia. Tomas estaba rodeado, sumergido, inundado por la pena.
En una misma sesión pasaba de la rabia y el odio
encarnizados a la tristeza y la compasión contaminados de esperanza. No podía
entender que Lucia le hubiera abandonado y que lo hubiera hecho de la forma que
lo hizo. No soportaba que le hubiera
sustituido por otro que había asomado a internet en una de esas páginas
de contactos repletos de “cazaincaut@s”.
Lucia le había mentido cuando la había descubierto y eso le
parecía terriblemente desleal, no se merecía esto y creía que la relación
vivida le permitía aventurar, en caso de ocurrir, un desenlace diferente.
Tomás se sentía herido y se había instalado en el sufrimiento.
El dolor hay que
dolerlo. Pero esa experiencia resulta, en ocasiones, insoportable y al igual
que cuando sentimos dolor físico utilizamos de manera cada vez más rápida el
analgésico aliviador que efectivamente alivia pero que también puede impedir el
conocimiento de la causa que provoca el dolor, de la misma forma en el dolor
emocional nos resulta dificultoso asumir que nos han dejado de querer, que ya
no somos especiales e importantes para
la persona querida, que somos sustituibles e innecesarios y eso suele ser inadmisible para nuestro ego
robusto y programado que se apoya en el sufrimiento pretendiendo cruzar la
travesía del desierto del dolor mas aliviado. Pero el sufrimiento no es buena
compañía. Es una mala elaboración del dolor, es la sal que vertemos en la herida
y que la impide cicatrizar pues necesitamos atender la demanda del “Yo”
impregnado de orgullo, celos, apego…. Y aparecen entonces las preguntas y los
pensamientos recurrentes ¿Porqué
a mi?, ¿ Qué he hecho mal?. Si hubiera
actuado de otra manera… pero claro cómo iba a saber yo.. Si apenas hace unas
semanas todavía me dijo que me quería.
¿Cómo ha podido ser tan desagradecida?. ¿Cómo es posible que no valore
lo que yo he hecho por la relación? ¡¡Qué…… (poner el insulto que mas os
agrade)¡¡ ¡¡No se da cuenta del daño que le va a hacer a la niña¡¡¡
Y así, enfrascados en esa dinámica pasan las semanas y los
meses entre la pena, la rabia, el odio y la esperanza del regreso, sin poder
cerrar la puerta que nos ayude a reencontrarnos con la parte más saludable de
cada uno de nosotros. Aceptando que en ocasiones nuestra realidad no es como
nos gustaría pero es como es, y que es necesario reconocerla para poder
afrontarla y cambiarla sin las mochilas tóxicas que conlleva el sufrimiento.
Después de unos meses Tomas ya siente que para caminar y
crecer con su hija y que para caminar y crecer consigo mismo no es necesaria la
presencia de Lucia. A veces va y viene de la pena al sufrimiento, pero éste se
muestra con mucha menos virulencia y esto le permite, entre otras cosas,
conectar de manera saludable con su magnífico sentido del humor.
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