EL MIEDO A DECIR ADIOS
Esta
sensación aparece cada vez con más frecuencia en los procesos de perdida y
duelo a los que nos enfrentamos a lo largo de nuestra vida. No siempre responde
a las mismas causas. Cada persona es única y distinta y desarrolla modos de
afrontamiento de su realidad diferentes y específicos
Olalla Arganza lleva 30 años casada. Y a lo largo de todo este tiempo ha vivido multitud de situaciones, tanto gratificantes y satisfactorias como decepcionantes y cargadas de frustración. Desde hace algo más de dos años estas últimas han tomado más cuerpo y se han hecho más presentes dando salida y poniendo nombre a experiencias ingratas, generadoras de malestar y angustia todas ellas relacionadas con el papel que juega y ha jugado en su matrimonio. Siendo más consciente de cómo ha tenido que ir renunciando a aspectos que consideraba importantes y saludables para ella, y cómo ha llegado a incorporar como normales situaciones humillantes y vergonzosas en la relación con su marido adoptando una actitud resignada que le genera un profundo dolor y rabia.
Olalla
Arganza se pregunta una y otra vez, sobre todo ahora que sus hijos, ya mayores,
se han independizado, qué motivos le hacen seguir apegada a una relación tan tóxica
que contamina toda su vida, desde lo profesional hasta lo relacional y
emocional.
Olalla está afectada
por el miedo. Esa emoción básica que cuando es adaptativa nos permite
sobrevivir como especie y como individuos activando nuestro sistema de defensa
y/o ataque para protegernos de amenazas reales que pueden poner en peligro
nuestra propia existencia, pero que cuando no es adaptativa actúa como
bloqueante y nos impide crecer y desarrollarnos y desprendernos de esos
anclajes construidos sobre amenazas imaginarias que nos atan con fuerza a
situaciones cargadas de toxicidad y herrumbre.
En
el trabajo con Olalla abordamos ese miedo intentando ponerle los apellidos
necesarios, tratando de descifrar de qué está hecho y qué lo nutre. En
ocasiones Olalla conecta con el miedo a la soledad y le atribuye un papel
importante en esa dificultad para desprenderse de su lastre. Pero no percibe
que sea suficiente motivo, no acaba de sentir el insight que le abra esas
puertas a la luz.
En otros momentos profundiza más, entra más hacia el fondo, aparcando su
enorme capacidad para razonar, etiquetar, valorar… y descubre, entre asustada y
aliviada, que el miedo profundo que la atenaza es a ser abandonada, a ser excluida
y perder entonces un espacio valioso en el que, a pesar de las humillaciones,
ninguneos, desprecios…. se siente útil e importante. En ese espacio ella
resuelve, atiende, protege, cuida, aunque no haya reconocimiento explícito por
parte de su marido ni, mucho menos, agradecimiento.
Pero
desde el modo de ser y estar en el mundo, identificada con el eneatipo 2 del eneagrama,
Olalla satisface ese deseo básico de cuidar y proteger, y si considera que
fuera de ese espacio, aunque sea tan árido y contaminado, no va a poder
ofrecérselo, el vacío que intuye le resulta absolutamente insoportable. De ahí,
que su umbral de aguante para soportar esas situaciones humillantes,
desconsideradas, carentes del mínimo respeto, es desproporcionadamente alto. Y
se coloca con frecuencia en la esperanza de ver si él cambia y se da cuenta del
esfuerzo y la generosidad que ella está ofreciendo a la relación. Y así ha ido
pasando el tiempo, esperando que el cambio, que no depende de ella, llegue. Pero,
como Godot, ese cambio nunca llega.
