ENCONTRARSE EN EL SILENCIO
Vivimos inmersos en el ruido. Rodeados de tanto estimulo que
la dificultad comienza ya en saber quién percibe todos esos estímulos, en
identificar quienes somos. Necesitamos las referencias ruidosas para no
sentirnos perdidos. De ahí, que cuando nos encontramos solos, sin los ruidos
que nos contienen, recurrimos a los pensamientos conocidos, a las
preocupaciones cotidianas y los recuerdos cercanos para no desconectar del campo
estimular que ya nos conforma y configura.
Es costoso desprendernos de las sucesivas capas con las que nos hemos ido protegiendo a lo largo del tiempo y que ya forman
parte de nuestra piel, confundiéndose incluso con nuestra esencia. Desvestirnos
para acercarnos mas ligeros al encuentro de esa esencia es por tanto un
ejercicio peligroso que no todos están dispuestos a realizar. El peregrinaje
hacia el centro conlleva enfrentarse a barreras antiguas y ya muy conocidas que
identificamos como protectoras y que pocas veces estamos dispuestos a franquear
porque tampoco tenemos garantías de que lo que nos vamos a encontrar sea
gratificante. Asumir ese riesgo requiere coraje y afrontar los miedos
bloqueantes que nos permitirá desprendernos de las capas y corazas que hemos
ido construyendo.
Ya suele ser difícil cuando decidimos afrontar esos miedos en
compañía, a través de procesos terapéuticos de búsqueda e inmersión en los que
la aceptación y la empatía suelen estar presentes facilitándonos ese camino.
Qué decir cuando elegimos hacer el camino solos y en silencio sin mas compañía
que nuestra propia presencia. Al comienzo de esta experiencia, ese silencio
está repleto de ecos que nos avisan de los peligros de adentrarse hacia el
interior y nos inundan con cantos de sirenas sugiriéndonos abandonar el camino
del silencio y regresar a lugares y tiempos conocidos habitados por
preocupaciones y rutinas que, aunque no sean gratas, son necesariamente
conocidas y eso parece bastar.
De ahí la importancia de practicar el abandono y la
indulgencia. Abandono para soltar apegos y adentrarse poco a poco en nuestro
laberintico espacio interior e indulgencia para no juzgarnos con severidad en
caso de no conseguir caminar al ritmo que habíamos considerado adecuado y oportuno.
Reconocer la esencia suele estar relacionado con la respuesta
a la pregunta “¿Quién soy?” y “¿Para qué estoy?”, “¿Qué es lo que da sentido a
mi vida?” Sin duda, como seres humanos, somos únicos, irrepetibles y distintos,
pero también miembros y parte de un todo mas completo y armónico que tiene que
ver con la especie, con la tierra y con los seres que la habitan, con el
universo y la energía que transforma y permanece. Cuando solo somos capaces de
identificarnos con esa primera parte de seres únicos e irrepetibles y no nos
reconocemos formando parte de un todo mas amplio y luminoso, empezamos a
desconectarnos de nuestra esencia, a alimentar los apegos y la ignorancia y a
percibir a los otros como competidores y amenazas porque atentan contra nuestro
deseo de éxito y reconocimiento y nos mostramos vanidosos y afectados por el
miedo, la angustia y el odio. Cuando nos permitimos que aflore el sentimiento
de ser parte del Uno es como si nos uniéramos a la corriente del rio que fluye
y nos dejáramos mecer por la brisa suave que toca y despierta nuestra esencia
compartida en donde suelen anidar la generosidad, la bondad y el amor; los tres
elementos que unen y nos unen toda vez que miembros genuinos y diferenciados
del universo común.
Alcanzar ese estado de sabiduría serena es arduo. Requiere
esfuerzo, renuncias, coraje… y para colmo el resultado no es inmediato, no se
muestra de forma explicita y tangible como una tormenta, sino que va calando
lentamente, poco a poco, como el “orbayu” que empapa sin apenas darnos cuenta,
y esa falta de “premio” no es fácilmente aceptable, cada vez nos cuesta mas
postergar el refuerzo, nos ocurre como a los niños que necesitamos el premio de
forma inmediata a la conducta premiable. Todo tiene que ser Ya, Ahora,
necesitamos que los resultados se muestren con urgencia, no tenemos tiempo para
la maduración natural del fruto y buscamos fórmulas mágicas que nos den las
cerezas o los melocotones en enero. Por eso la tarea es ardua y los métodos
lentos, algunos incluso desesperantes, como El silencio que nos ayuda a
sumergirnos en nuestro propio rio, apartados del ruido y en contacto con
nuestro sentir pero que implica exponernos a nuestra voz interior, a nuestra
confusión, a nuestros miedos, a nuestra incertidumbre, a eso que nos angustia y
estremece, por eso lo evitamos, preferimos el ruido superficial, las luces
artificiales, las prisas sin sentido y continuar corriendo detrás del éxito
vacuo, del bienestar edulcorado, como pollos sin cabeza que seguimos la estela
de otros pollos sin cabeza confiados en encontrarnos de repente con la
felicidad que nos han vendido. Pararnos en el silencio cuesta. Y me refiero al
silencio creativo y creador que nada tiene que ver con el aletargamiento, la
modorra, sino al silencio consciente, el que nos acerca de manera lenta y
tranquila al encuentro con nuestro ser mas profundo, el que nos permite
reconocer sin adormideras nuestro mundo interior poblado de luces y sombras, el
que facilita la parada en nuestro transcurrir por la prisa y la carencia de
tiempo, el que ayuda a conectar de forma directa con nuestras emociones y
hacernos conscientes de nuestros pensamientos y la manera de elaborarlos. Ese
silencio considerado ya como articulo de lujo ayuda a aliviar la tensión reduciendo
los niveles de cortisol, estimula la regeneración neuronal, incrementa la
creatividad, reduce la presión sanguínea, aumenta la capacidad de atención y concentración,
mejora las capacidades cognitivas…. Y sin duda la ciencia nos permitirá seguir
descubriendo y valorando otros beneficios derivados de la práctica del
silencio.
Siempre me pareció especialmente acertado ese proverbio
oriental que dice: “Si lo que tienes que decir no mejora tu silencio, entonces cállate”
No hay comentarios:
Publicar un comentario